Y llegó el momento.
Salimos de viaje para los USA. Y he aquí que el primer paso es facturar. Así que como salíamos temprano (muuy temprano) nos fuimos de víspera a facturar las maletas. ¡Menos mal! No estaba introducida en la base de datos de Iberia la información del visado, y nos pegamos media hora de reloj en el aeropuerto mientras la empleada de Iberia tecleaba lo que fuera menester sobre nuestros datos. Como no podía ser de otra manera generamos una hermosa cola detrás nuestro, puesto que salía en una hora un avión para Madrid y estábamos en el único puesto de facturación abierto. Cuando terminó nos dieron nuestra recua de tarjetas de embarque, de las que aquí hay una muestra:
Claramente uno puede imaginar el show en cada uno de los embarques:
- ¿Van a EE.UU.?
- Sí
- ¿Y van con el ESTA?
- No, vamos con visado.
- Ah, entonces hay que verificarlos.
Y el personal de tierra tiene que tomar tooodos los pasaportes, verificar que los datos del pasaporte se corresponden con lo que está registrado en la base de datos del ordenador, luego verificar que los datos del visado coinciden con los del pasaporte, y otra vez con los registrados en la base de datos del ordenador, y por último verificar que los datos del pasaporte son los de la tarjeta de embarque. Cuando uno ve que lleva más de cinco minutos en la cola, ya mira a los que se acumulan detrás con cara de disculpa. Y esto lo hicimos en Pamplona, y en el control de pasaportes de Barajas, y en el embarque de Barajas, y en el embarque de Londres.
También ha sido curioso el control de equipaje de mano. Habíamos pensado desayunar en Noáin, pero digamos que a esas horas no teníamos mucha hambre. Por eso acabamos descubriendo que no se pueden pasar líquidos, pero en cambio un paquete de ensaimadas se puede llevar hasta Londres, pasando los controles de Pamplona y Londres, sin problemas. En cada control había que poner todos los chismes electrónicos en bandejas, y además poner las mochilas y maletas de cabina. En Noáin utilizamos más de nueve bandejas sólo para los "titos" varios, y en Londres perdí la cuenta. Pero oiga, ¡ningún problema! ¡No pitamos ninguno ni nos revisaron nada!
Los vuelos en sí fueron, pues eso, vuelos. Aburridos. En el primer vuelo vimos amanecer (o comenzar a amanecer) una experiencia siempre bonita. Pero cuando embarcamos en el segundo vuelo ya tuvimos la primera sorpresa. Por megafonía el capitán nos avisa que "por culpa de una huelga de controladores aéreos en Francia tenemos problemas con el despegue". Ahí es cuando a uno le da escalofríos en la espalda, al recordar la búsqueda de billetes por Air France vía Paris, y cómo estuvimos barajando hacer el itinerario por esa ruta. Felizmente por una vez hicimos la elección correcta y optamos por British Airways. El coste que tuvimos fue que para volar a Londres nos desviaron por Santiago de Compostela, y desde ahí hasta Reino Unido sin pasar por espacio aéreo Francés. Total: a las dos horas de vuelo hubo que sumar el retraso en el despegue (aprox media hora) más otros 50 minutos por el desvío.
¡Menos mal que teníamos tiempo de sobra en la escala!
En Londres sólo nos quedó esperar, y esperar, y esperar, ... Cuando ya por fin nos notificaron la puerta nos fuimos para la terminal correspondiente en el trenecito que une las terminales 5A, 5B y 5C de Heathrow. Tras el control de las tarjetas, nos fuimos cual Gepetto dentro de la ballena para el interior del Boeing 777-300.
El viaje en sí no tiene nada que reseñar, salvo que este modelo nos pareció muy ruidoso. Por lo demás, nueve horas y media (impecable oiga, puntualidad británica en la salida y la llegada!) de "me giro para la derecha", "ahora para la izquierda", "dónde pongo las rodillas si no me caben", ahora el de delante que baja el respaldo.... Vamos, que entendimos muy bien a las sardinas, que apretujadico que se está en la lata.
Como a la peque no le funcionaba la palanca del joystick del mando de su asiento, me tocó cambiarme con ella y comerme el asiento de ventanilla, y eso que yo siempre me cojo pasillo para poder estirame un poco más.
Tras las comidas, pelis de rigor, y alguna que otra partida (algún hijo hubo al que tuvimos que arrancar de los videojuegos con un pie de cabra...) llegamos por fin a destino. Eso sí, la peque ya llevaba como dos horas preguntando "¿cuánto falta?".
Y por fin llegamos a la entrada a los USA. Control de pasaportes. ¿Nos dejarán pasar? Sin problemas oiga. Tras otro laaaargo rato con el oficial de aduanas (majo chico, que todo hay que decirlo) y verificar que los numeritos se correspondían con los de la base de datos, bla, bla, y todo eso, por fin nos selló los pasaportes.
Diréis, "qué exagerado, seguro que no estuvisteis tanto". Juzguen ustedes. Estando en la cola teníamos detrás como a unos cuarenta viajeros. Cuando nos llegó el turno, nos fuimos delante de nuestro agente de aduanas. Hizo todos los trámites y para cuando acabó nos habíamos quedado los últimos. Ya no había nadie en la cola.
Eso tiene una ventaja: cuando llegas al carrousel a recoger tu maleta, te está esperando. Eso si ha llegado contigo, obviamente. En nuestro caso todo fue bien, ninguna se perdió por el camino y nos estaban esperando con carita de "nos dejasteis abandonadas" como el gato de Shrek.
Y faltaba el último trámite antes de entrar en los USA. Aduanas.
¿En que consistió nuestra interacción con los oficiales de aduanas? Pues cuando nos aproximamos el diálogo fue más o menos:
Ellos: Go ahead.
Nosotros: ...
Y ya está. Superado ese trámite, entramos en los USA.
Seguiremos informado...
No hay comentarios:
Publicar un comentario